Pensar sin ladrar es morder con el pensamiento, morder de verdad. Diógenes quizás sabía que la vida del pensar se hace en el silencio del desobramiento. Nosotros sabemos ya que lo más urgente no es el programa sino la acción y que lo más necesario no puede proyectarse o construirse, ni siquiera con grandes medios o haciendo mucho ruido. Hemos aprendido que la repetición de Auschwitz no sólo es posible sino que ocurre silenciosamente innumerables veces cada uno de nuestros días. Y que el imperativo es entonces desmontar serena pero incansablemente cada uno de esos días nuestros, hacer de cada uno un dies irae absoluto y singular, último día y primero a la vez.
¡Actuemos, pues! Y participemos en la acción por excelencia, no la que cambia las cosas de sitio o de dueño, sino en la que afecta al mundo mismo, la acción en la que el mundo se auto-afecta recreándose. La gestión de las cosas es la política, secuestrada ahora por todas aquellas fuerzas, instituciones e individuos demasiado ocupados en transformarlo todo para que todo siga igual. Pero "transformar sin interpretar" no es la lección de Marx. Porque nosotros, pueblo, plebe o multitud, intelectuales o aprendices, deudores de por vida o jóvenes eternos sin futuro, no hemos tocado fondo de realidad, porque no tenemos ya el sustento necesario para creer que basta invertir las cosas para que todo esté en su sitio. Sospechamos que las cosas no tienen ya un sitio, y que sólo podremos actuar si aceptamos interpretar infinitamente y si admitimos nuestra entrega a muerte a esa interpretación. Actuar a muerte nos exige hoy ese trabajo político de "des-melancolización" (tomemos esta palabra prestada a J.-L. Nancy...). Y, en España, tan históricamente afectados por esa patología de la bilis negra, más aún quizás, ahora que todo este desafecto con respecto a la política y a las instituciones, que se respira en el aliento de cada uno de nosotros, nos está poniendo al borde de la calle para quejarnos con razón pero también para volver a casa rápidamente en busca del calorcito (o para romper la calle con el pretexto de que no es ya nuestra...).
Parafraseando a Günter Anders, "...la política hasta el momento se ha empeñado en transformar el mundo, lo que hay que hacer, por el contrario, ahora, es interpretarlo", y hacerlo con la fuerza del pensamiento que sólo se conforma con lo que no existe, pensamiento que abriéndose a la exterioridad más exterior, entra a fondo en la eventualidad del mundo, allí donde todo se hace y se deshace, donde la punta del presente está en contacto con una infinitud en acto que no se puede gestionar políticamente porque es el lugar de la libertad absoluta del mundo. El pensamiento siempre piensa lo presente, lo que pasa, el acontecimiento (a pesar de haber fundado toda una tradicionalidad filosófica en la empresa de interpretar el acontecer como lo que no pasa, lo eterno). Pensar qué es lo que pasa, qué es este presente al que pertenecemos, y qué somos nosotros mismos (que "no somos otra cosa que lo que pasa", Foucault dixit), es hoy la tarea política de abrirlo a su exterioridad constitutiva más radical, a su infinitud inmanente. Donde pensar es morder.
jdlh