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blog de pensamiento y presente


Balance de un año de gobierno

Publicado por El Perro Callao. Pensar sin ladrar. activado 24 Febrero 2013, 12:12pm

Tras el Debate sobre el estado de la Nación, los medios de la derecha campan triunfalistas: “¡Rajoy ganó a Rubalcaba!”, “Sus gestos manifestaron más seguridad”. Aparte del bochornoso espectáculo de ver a las dos fuerzas principales jaleando a sus líderes y abucheando o menospreciando a los demás, ¿cómo hemos llegado al punto de aceptar esta caricaturización de lo político en la que tan difícil resulta vislumbrar lo democrático? Y, lo que es peor, ¿cómo hemos llegado a entender que el mando de un buen presidente se mide por su depuración tecnócrata?

El mensaje de Rajoy ha sido claro: He actuado en contra de mi programa electoral, pero en mi defensa he de decir que he cumplico con mi deber: he reducido el déficit hasta el 7 % y he mejorado nuestro saldo comercial. Y todo esto lo he hecho librándome de prejuicios ideológicos.

La primera directriz de un gobernante neoliberal consiste en camuflar su ideología, haciéndola pasar por una observación fiel a la realidad que convierte las acciones políticas en supuestas acciones objetivas de gestión.

Pero tras esta supuesta objetividad se camufla una ideología bien concreta y con múltiples debilidades.

El neoliberalismo es una ideología patológica porque parte de una concepción patológica de la naturaleza humana: el hombre es un lobo para el hombre en base a su intrínseco egoísmo.

Pero curiosamente, el neoliberalismo presupone que en la acción económica se cumple en sus bases realistas la insociable sociabilidad del ser humano. Buscando cada uno libremente su propio beneficio, se redundará en el beneficio de la sociedad. En esto el neoliberalismo demuestra que es heredero del liberalismo en una dimensión que va más allá de lo nominal. Sólo que hoy por hoy la idea de aquella mano invisible, que supuestamente hace que surja justicia social a partir de la suma de las injusticias individuales, es mucho menos sostenible. La sociedad global se caracteriza por el surgimiento de una nueva clase burguesa: la clase global, capaz de acometer acciones locales y esquivar, gracias a su movilidad en lo global, sus consecuencias (constituida por los grandes accionistas y ejecutivos de las multinacionales). Es decir, una clase con todos los derechos omnímodos pero sin ningún deber. En estas condiciones, aquel supuesto ajuste a través de la mano invisible resulta imposible. Así que tras la defensa de esta falaz argumentación sólo encontramos una nueva solidaridad de clase; la que se produce entre la clase política y la clase global, y en el continuo rescate retroalimentativo entre ellas.

En tanto que escrupuloso defensor de la ideología neoliberal, Rajoy ha cumplido su deber: hoy España está a la cabeza de los países europeos en los que las diferencias entre los ricos y los pobres son más grandes; por detrás de países como Estonia. Con ello Rajoy muestra a la perfección para quién gobierna en tanto que presidente neoliberal: para las Grandes Empresas: energéticas, financieras, constructoras, etc…, que son, por lo demás, las que sufragan a su partido y “complementan” sus sueldos políticos.

La concepción patológica de la naturaleza humana, se ve reforzada con una idea errónea de la libertad; entendida como una búsqueda omnímoda de beneficios personales a costa de toda justicia e, incluso, a costa de la vida de los demás. Esta concepción de la libertad sería moralmente insostenible si no se apoyara en otra ilusión: una concepción de la responsabilidad personal que entiende que cada cual es responsable de su situación vital, haciendo abstracción de los condicionantes ambientales. Cada uno es responsable único de sus éxitos y sus fracasos. Ello hace superfluas las políticas cuyo objetivo es la justicia social; la persecución política de un mínimo de igualdad entre los ciudadanos. Es más, ello, en un palmario suicidio político, hace innecesaria la misma sociedad. Como decía la idolatrada Margaret Thatcher, para un neoliberal la sociedad no existe, sólo existen los individuos.

En tanto que escrupuloso defensor de la ideología neoliberal, Rajoy ha cumplido con su deber: independientemente de la dimensión de injusticia social que ello implica, ha encarecido los servicios públicos fundamentales (sanidad, educación y justicia) a través de la introducción de tasas y copago; cuando no ha abierto la veda a su privatización, o ha permitido su de pauperización respecto a las empresas privadas que ofrecen los mismos servicios.

El neoliberalismo es además una ideología esquizofrénica, en tanto que intenta conjugar un duro individualismo en lo económico, con el mantenimiento de un orden social reaccionario, basado en la familia patriarcal, la identidad nacional y la moral religiosa. La esquizofrenia surge al intentar mantener abiertos a la vez ambos frentes, lo que lleva a defender con ferocidad las estructuras reaccionarias que el mismo individualismo tiende eliminar. Tal defensa feroz se ve reforzada por el hecho de que el neoliberalismo es incapaz de asegurar el mantenimiento de las cotas de bienestar del cuerpo de sus votantes (trabajadores conservadores y pequeños burgueses), en tanto que estas tienen que ser sacrificadas en nombre del capitalismo global.

En tanto que escrupuloso defensor de la ideología neoliberal, Rajoy ha cumplido con su deber: ha hecho que aumente la inseguridad vital y laboral de los ciudadanos, pero ha recompensado a sus votantes impulsando acciones políticas racialmente reaccionarias:

1. Una reforma educativa consensuada con el poder eclesiástico, que devuelve a la Iglesia un poder en las escuelas que no conocíamos desde el franquismo; y que pretende eliminar la Educación para la Ciudadanía, bajo la excusa de que se trata de una asignatura que busca el adoctrinamiento moral, cuando paradójicamente pretendía lo contrario: educar a ciudadanos libres. La paradoja se transforma en mentira y manipulación cuando descubrimos que tal acusación parte de una institución dogmática que ha practicado sistemáticamente el adoctrinamiento: la Iglesia Católica.

2. Un retroceso en la legislación sobre al aborto, que incluso pretende eliminar uno de los supuestos que tenía en la legislación anterior: la malformación fetal.

3. Un endurecimiento de la ley, que hace que la prisión pierda toda connotación reinsertiva para convertirse en un mero instrumento de castigo, a través, por ejemplo, de la introducción de la cadena perpetua.

4. Una exaltación de lo nacional, que lleva a la negación de otras sensibilidades nacionales dentro del Estado y la persecución y eliminación de los derechos mínimos de los inmigrantes (hasta el punto que se estudia la posibilidad de imponer condenadas a los ciudadanos españoles que den cobijo a inmigrantes ilegales).

5. Un ataque sin precedentes a la cultura.

Se podría seguir…

Si alguien quiere ver aquí una defensa del PSOE, está muy equivocado. En lo único en que hoy el socialismo europeo se distingue del neoliberalismo es en la superación de la ideología esquizofrénica. Dicho de otra manera, apuesta por un liberalismo en lo social y lo cultural que se opone al carácter reaccionario de los neoliberalistas; pero abraza su ideología económica y la camufla, quizás de forma menos entusiasta y más resignada, como objetividad.

La misma ciudadanía (¡Qué benevolencia llamar ciudadanía a esta carne asocial amorfa y asustadiza!) ha aceptado en su resignación la ideología neoliberal. Marx pensaba que el Capital debería empezar a temblar, porque tenía enfrente a una clase, el proletariado, que enseñaba ferozmente los dientes y que no tenía nada que perder (a no ser sus propias cadenas). Lo que permite al Capital hoy campar a sus anchas en la percepción de los ciudadanos de que sí que tienen mucho que perder. La ciudadanía tiene miedo; miedo a perder unas posiciones cada vez más raquíticas. Pero se trata de un miedo que está basado en una concepción errónea de la realidad por dos razones. En primer lugar, cree que puede mantener cotas aceptables de bienestar sin hacer nada por cambiar el sistema. En segundo lugar, entiende que la creciente injusticia es una especie de mecanismo real en vez de una opción política.

Como decía antes, hoy, la injusticia es el producto de una solidaridad de clase: la que hay entre la clase global (la nueva clase burguesa) y la clase política.

Las cosas cambiaran cuando el miedo cambie de bando; cuando se cree una nueva solidaridad de clase: “Que el miedo cambie de bando, que los de arriba sientan el miedo que hoy sentimos nosotros, no parece fácil por esa red de seguridad que han tejido, tupida por intereses cruzados, objetivos comunes, complicidades. Se me ocurre que sería más sencillo dejar de tener miedo nosotros. Como vasos comunicantes, cuanto menos tengamos nosotros, más tendrán ellos. Y para eso, hay que reconstruir por abajo nuestras propias redes de seguridad, nuestras propias formas de cuidarnos, de sujetarnos, de rescatarnos; hasta que sean tan fuertes como las suyas. Nuestra solidaridad de clase” (Isaac Rosa,http://www.attac.es/2013/02/21/%C2%BFel-miedo-va-a-cambiar-de-bando/).

Hoy sería anacrónico hablar de solidaridad de la clase proletaria; parece más adecuado hablar de solidaridad de la ciudadanía o, utilizando el acierto conceptual de Hardt y Negri, de la multitud.

Óscar Barroso Fernández

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